Hay conciertos en los que eres parte de lo que está sucediendo sobre el escenario, te sitúas bien entre el público, te tomas unas cuantas cervezas si puedes, y te dejas llevar por la música moviendo el cuerpo o practicando ese sonido que a algunos les parece tan molesto que es el silencio. Luego hay conciertos en los que por una razón o por otra te conviertes más en un espectador que en parte integrante de la fiesta. Y así fue en esta ocasión, entramos tarde y yo me uní a ese sector que aprovechando su libertad de movimientos puede merodear por la parte de atrás o por los laterales del recinto porque prácticamente lo vas a disfrutar igual.
Cuando esto último ocurre, hablar de un concierto es hacerlo desde un punto vista en el que puedes analizar lo que has visto pero a cambio pierdes parte de esa bofetada de rock´n´roll que sí que recibes cuando los altavoces retumban en tus oídos, sientes el sudor de los músicos o eres parte de la espontánea diversión del público cuando el cantante reclama su participación. Ahora que la gente agota en horas las entradas para un concierto de masas en estadios o grandes pabellones posiblemente les pase esto, lo verán desde una grada y lo disfrutarán pero no se darán cuentan que el rock´n´roll vive de la cercanía y de saber que en tus oídos atronará un pitido cuando éste acabe como si la vida se hubiera detenido.