miércoles, 7 de febrero de 2018

Hellsingland Underground, Sala Boite, Madrid 19/01/18

Leí el otro día una entrevista a Rafa Cervera en la que comentaba que en los conciertos no estaba cómodo por cuestiones físicas y que éste le tenía que atrapar por completo para que se olvidara del cansancio y del "infierno" que supone tener a tanta gente a tu alrededor. En un principio me hizo gracia esa reflexión, muy alejada de esa pose rockera de la que hay que alardear cuando se va a un concierto de rock aunque luego salgas igual de peinado que cuando entraste; pero también me sentí "terriblemente" identificado con esas palabras, quizás porque por naturaleza me gusta disfrutar de mi soledad incluso cuando estoy rodeado de gente y porque, también por naturaleza (o vagancia, cómo se quiera interpretar), me cuesta comenzar cualquier actividad que me suponga cambiar ese extraño chip mental que por mi cabeza divaga aisladamente si para ello tengo que forzar mi regreso a este mundo de figuraciones y justificaciones, y por supuesto no hay dejar a un lado la edad, ésa que a veces te hace asumir, y otras veces desordenar, cada señal que cuando eres joven asumes como parte del juego.

Y quizás por ese motivo, cómo hablaba Rafa Cervera, hay a veces que un concierto te atrapa, bien sea porque una explosión de sonidos espabila esos resortes conscientemente adormecidos o porque una voz te emociona; en mi caso me despierta del aturdimiento que me produce el estar rodeado de gente, sobre todo si no he bebido lo suficiente, y es entonces cuando sucede lo que mejor puede pasarte cuando asistes a un concierto, y es hacer de éste un mundo aparte que dura lo que el show se alargue. A mi alrededor la gente pasa a convertirse en rostros y los músicos en compañeros de aventura.