
"Se llamaba Jeremiah Johnson y cuentan que quería ser un hombre de la montaña, dicen que era un hombre de gran ingenio y espíritu aventurero. Nadie sabía de dónde procedía, ni aquello parecía importarle a nadie, era un hombre joven y las leyendas de fantasmas no le asustaban lo más mínimo. Buscaba un rifle Hawken del 50 o mejor, pero tuvo que contentarse con uno del 30, pero, ¡Qué diablos!, era un auténtico Hawken. Después compró un buen caballo, cepos, y todo el equipo necesario para vivir en las montañas y se despidió de la vida que pudiera haber en el valle..."
Hay comienzos de películas que se te quedan grabados de por vida, expresiones y miradas que ya no puedes separar de las palabras; cada vez que recreo mentalmente el inicio de esta película no puedo evitar ver el rostro de Robert Redford mientras llega al valle con el objetivo de cambiar de vida y adentrarse en un mundo donde la civilización conocida y los conflictos humanos serán sustituidos por la inmensidad de la naturaleza, el silencio y la proximidad de una visión más cercana de la muerte que da mucho más valor a la vida.