Acabó sus días en la misma casa donde había nacido, escondiéndose de todos sus traumas, de todas las mentiras y verdades que de él se habían contado, de todas las muertes no demostradas y que sin embargo le habían atribuido. Desde su estancia en aquel caserío la más pequeña de las perspectivas de un mundo real se habían ido desvaneciendo poco a poco mientras se tropezaba con su presente y con todos los recuerdos que su infancia escondía por los rincones de aquella casa, cada vez más oscura, cada vez más siniestra para los ojos acusadores que parecían observarlo por las ventanas.
Su vida se había ido reduciendo, cuando sus ojos se abrían por la mañana su mano derecha se tensaba como si escondiera un pequeño tesoro, apretaba sus labios y ocultaba su enorme lengua con esfuerzo, luego se dirigía a la cocina, dicen que ni siquiera desayunaba, que se sentaba sobre una silla, con sus codos apoyados sobre la mesa, y que comenzaba a hablar con aquella presencia a la que él llamaba "maldad", y que no era otra cosa que su propia soledad.
Daba lo mismo que el cielo se abriera y lloviera, que los rayos del sol iluminaran los campos de trigo por los que tanto había corrido de niño, que el mundo pareciera verdadero y hermoso. Dicen de él que a veces deambulaba todo el día con un puñado de fotografías y que se adentraba en el bosque envuelto en una enorme y gastada gabardina. A veces lo veían en lo alto de una colina como si quisiera llegar más allá de sus pensamientos, de sus inútiles remordimientos, se recostaba sobre sí mismo y aguantaba con esperanza que la dirección del viento se llevara lejos de él aquella presencia a la que él llamaba "verdad".
Ahora, esa casa a la que tuvo que regresar está vacía, se llevó consigo la oscuridad y dejó sentada sobre la silla aquella soledad que toda su vida le había perseguido. Ya no hay recuerdos, ni rincones ocultos que puedan ser descubiertos, no hay pasado que pueda ser recordado ni semilla que pueda ser reemplazada.
Un desconocido abre la puerta, por el viejo suelo de madera un puñado de fotografías aparecen revueltas, dos rostros infantiles y una mujer con media sonrisa en su rostro. La casa despide un nauseabundo olor a muerte y humedad que se ingiere con naturalidad por todos los recodos de aquella pequeña mansión que hace muchos años atrás llegó a desprender el luminoso espejismo de una fortuna que materialmente palidecía ante las sonrisas. Dicen en el pueblo que aquel hombre de lengua enorme y pelo enmarañado murió sobre un manantial de agua limpia y clara de muerte natural, así lo certificó el forense, lo que no dicen es que aquel hombre llevaba muerto más de dos décadas por una extraña presencia que se llamaba "realidad".
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