Siempre me entusiasmó "Regreso al Futuro", la idea de montarte en el DeLorean, elegir una fecha, y recrear ese momento tal y como aconteció, pero sobretodo volver a ver aquellos rostros que desfilaron por tu vida hasta que el paso de los años nublaron sus facciones de tu vista. En un tiempo pasado donde todavía no llevábamos ese chip que controla todos nuestros pasos y nuestros pensamientos que es el móvil, y que por contra no nos permitía captar instantáneas de ese presente, son los recuerdos, en muchas ocasiones tan dispersos como los sueños, los únicos recursos para entrelazar imágenes y reconstruir una historia lejana.
Empieza el viaje..., monto en mi DeLorean imaginario, y veo el retrato de dos chavales que superan los veinte, sentados en la colina de un parque y bebiendo litros de cerveza mientras intentan ver ese futuro en el que ahora vivimos. Observamos cómo la vida discurre ante nuestros ojos y somos conscientes que simplemente somos aves de paso que algún día estrellarán su vuelo y acabarán siendo arrastrados dentro de un círculo concéntrico del que vamos extrayendo nuestros atajos para seguir volando. Cargamos con nuestras confusas mentes, pero sentimos que somos libres, que las noches nos pertenecen, y que nuestras conversaciones regadas de cerveza caliente nos mantienen alerta ante cualquier amenaza que limite nuestra libertad de movimientos y ese sentimiento de eterna juventud.
Una de esas noches de entre semana contactamos con unas chicas a través de una emisora de radioafición, un invento mucho más amigable para hablar con desconocidos que lo que sería años más tarde internet. Nos presentamos en su casa para conocerlas y desde el balcón de un primer piso una imagen, que ahora podría enmarcarla con música de violines de fondo, nos saludó con la misma curiosidad con la que nosotros habíamos vencido la nuestra. Poco tiempo después, la luz de su portal se iluminó y se nos presentó luciendo una sonrisa que ya no olvidaríamos nunca; vestía una camiseta blanca, cazadora vaquera, y unos ajustados pantalones azules claros también vaqueros que marcaban su silueta y que nos hizo bendecir aquel aparatejo de frecuencias radiofónicas. Acompañándola, una niña de trece años, con una mueca todavía infantil, y el gesto de estar viviendo su propia aventura.
A partir de ese día, la chica que se asomó al balcón, que se llamaba Yoli y que tenía diecisiete años, y su hermana pequeña, entraron a formar parte de nuestras vidas. El escenario no era el idílico, no eran noches de invierno en las que asomaran cielos espectaculares, ni casas de techos abuhardillados, ni playas desiertas ni campos abiertos, era nuestro barrio, de calles estrechas y edificios viejos, de misteriosas sombras que se agazapaban en las esquinas, y de vidas obreras que desahogaban sus frustraciones en bares con olor a fritanga y tabaco y en oscuros pubs donde sus rostros se escondían más fácilmente. Pero quizás, y gracias a ese retrato tan familiar del que queríamos escapar, aquellos encuentros que se reflejaban en paredes de ladrillos grafiteados y en aquel portal de olor mortecino en el que creamos una isla con ellas para sortear la oscuridad, convirtieron esos lugares vulgares en especiales.
Ciertamente, estas quedadas noctámbulas que se alargaron varios meses se olvidaron con el tiempo de mi mente, ni siquiera se puede decir que fuera una historia reseñable en comparación con otras situaciones en las que nuestras ocurrencias solían conducirnos a disparatados imprevistos que rozaban el surrealismo y de las que solíamos salir indemnes. Ha sido con el transcurrir de los años cuando un día, y cómo si una luz prendiera el mismo sabor de la cerveza, esta nos hiciera recordar a aquella muchacha y aquellas noches que se prolongaban hasta la madrugada.
A partir de aquí, no sé lo que realmente fue realidad o lo que mis ojos parecieron ver..., Yoli era una chica tan guapa como divertida, y nuestra imaginación se disparaba cuando la besábamos o nos rozábamos sutilmente con ella, pero su físico fue pasando a un segundo plano según la íbamos conociendo. Su panorama familiar no era muy inspirador: elucubramos que su padre, un camionero que falleció al bajarse de un camión, había sido un maltratador y que incluso llegó a tener contacto sexual con sus propias hijas; su madre, una mujer atractiva que solía ir muy maqueada, casi nunca estaba en casa por las noches, no supimos en que trabajaba, o por lo menos no llego a acordarme si alguna vez nos lo dijo. Y además de su hermanita de trece años, tenía otro hermano mayor que ella que por lo que nos contaba debía de ser un cafre.
Solíamos quedar los martes y los jueves a partir de las once de la noche, esperábamos agazapados cerca del portal de su casa hasta que su novio se despedía de ella, creo que recordar que este trabajaba por las mañanas en una churrería, luego nuestra muchacha subía a su casa y pasados unos diez minutos, cuando ya podíamos confiar que aquel chico se había ido, bajaba y se encontraba con nosotros. No hacíamos gran cosa, dábamos vueltas por las calles vacías, nos sentábamos en cualquier banco o escalera, y luego alargábamos nuestras risas y conversaciones dentro del portal de su casa. En ocasiones se apuntaba su hermana pequeña que siempre quería venir con nosotros, y juntos, los cuatro, creamos un universo ajeno a la vida real a la que intentábamos enfrentarnos. Para ellas supongo que eran los instantes que podían alejarse de las sombras que atenazaban sus sueños, y para nosotros, una bofetada de realidad que nos hacía ser más conscientes de que se vivía mejor soñando.
Hubo también algún día que quedamos por la mañana; otra noche nos regalaron unas invitaciones para una macrodiscoteca a las afueras de Madrid y fuimos con Yoli y una amiga suya, el rostro de felicidad de aquella muchacha a la que su novio parecía haber impuesto su destino y al que aquel día tuvo que engañar es la instantánea que con más fuerza aparece en mi cabeza, porque lo que a nosotros nos parecía natural para ella significaba algo especial, y ese agradecimiento que no hacía falta expresar con palabras nos hacía sentir afortunados y felices de poder ofrecerle una perspectiva diferente de lo que era vivir y abrir una nueva ventana que su entorno pretendía mantener cerrada.
También recuerdo acompañar a su hermana pequeña al colegio porque sufría lo que ahora se denomina "bullying", nos acercamos a aquellos chavales y los amenazamos con vérselas con nosotros y con lo peor del barrio si seguían incordiando a aquella niña, y creo que funcionó. A Yoli la persuadimos para que se apuntase a sacarse el graduado escolar que no había terminado; y me viene a la cabeza una mañana en la que no había nadie en su casa en la que estuvimos viendo fotos y ayudándola a limpiar la casa antes de que regresara su madre para poder ir a dar una vuelta juntos.
Creo que los dos nos enamoramos de Yoli, de su mirada limpia que a veces también transmitía deseo, y de su cuerpo que nos parecía perfecto, pero sobretodo del sentido del humor que nos regalaba y que era tan similar al nuestro. No podría decir cuándo ni cómo acabaron aquellas citas nocturnas, llegó el verano y nos separamos, quizás creímos que si forzábamos aquellos encuentros a escondidas la podíamos poner en un aprieto, y es posible que Yoli pensara que simplemente nos habíamos olvidado de ella. Lo cierto es que cada uno seguimos nuestros caminos, pero algo extremadamente bonito y sincero se agarró en nuestros corazones aunque nuestra memoria quisiera esconderlo.
No hace mucho, y después de que el recuerdo del rostro de Yoli volviera a iluminar nuestros ojos, pasé por debajo del balcón de su casa, no me atreví a mirar fijamente, ni siquiera comprobar si todavía podría encontrarla apoyada sobre los barrotes. Más de veinticinco años después, el barrio mantiene prácticamente los mismos edificios pero no las personas que los habitan. Me hace ilusión pensar que en el momento que escribo esto ella está asomada a otro balcón, mirando un mar en calma y con el sol iluminando su rostro, que es feliz e independiente, y que alguna vez se acuerda de nosotros y de aquellas noches en las que nos hicimos en amigos.
"Escribimos para justificar nuestra existencia y comprar un billete de lotería para la inmortalidad que, por supuesto, nunca resultará premiado" Elliott Murphy
viernes, 14 de febrero de 2020
"Yoli, la muchacha que se asomó al balcón"
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