A veces hay historias que resurgen de un pasado tan lejano que no eres capaz de asimilar si esas imágenes fueron tal y como las recuerdas o como te las contaron, o si por otro lado fueron manejadas por tu mente para que formen parte de ese mundo en el que al fin y al cabo, intentamos jugar a ser iguales que los demás. Quizás fue como me lo relataron, o quizás fue simplemente ese alguien que corretea por mi memoria el que me contó la historia de unos jovenzuelos que se hacían llamar "La Horda", y que deambulaban por una "Fakultad" aprendiendo precisamente todo lo contrario: mantenerse diferentes. Igual que una gran banda de Rock´n Roll, aquel grupo de chavales se enfrentaron a ese nuevo mundo con su propia personalidad ofreciendo a los demás una nueva visión que era compartida sin ser juzgada, y convirtiendo en fácil lo que el entorno intentaba devolverles como confuso y extraño.
A su alrededor gravitaban diferentes grupos de chicos/as, amigos/as que formaban parte de aquel paranoico sueño que era vivir intentando no ser alcanzados por esa vida real que aunque les golpeara no parecía hacerles daño. Entre esos muchachos que conformaban aquel grupo te podías encontrar al "Páter Espiritual", un chico que lo mismo levitaba que blandía espadas imaginarias entre chuletas y cambiazos, y del que aprendieron que en la diferencia radicaba la originalidad; "El Rey de las Fiestas", un tipo siempre dispuesto a ayudar y en cuya casa se filmaron mentalmente algunas de las mejores reuniones de aquella "Horda"; "El Gallego", el único que realmente llevaba una vida decente en pareja pero que se dejaba seducir hacia ese mundo oscuro que también él mismo oscurecía; "El Rubio", al que siempre podías encontrártelo deambulando por los pasillos de aquel edificio con una suicida carpeta roja en la que aparecía una única y gran foto del disco "Closer" de Joy Division; "El Terrorista", famoso por sus dibujos sobre mesas que improvisaba como alocados lienzos en los que cuerpos deformes expresaban irrealidades mucho más estudiables que lo que les enseñaban aquellos profesores que bien podrían haber sido esculpidos por él en barro; "El Barbitas", un chaval llegado a la gran ciudad en cuya casa-sótano se celebraron algunas de las más interminables timbas de mus en las que era normal apretarse un cocido a las cuatro de la mañana regado con whisky y cerveza.
"El Pesadilla", el hombre que nunca perdía la sonrisa y que aunque avisara al resto de las consecuencias de alguna degenerada propuesta terminaba por claudicar para pedir siempre una penúltima ronda de copas; "El Guapo", un tipo alto cuya altura se equiparaba a su grandeza y cuyo espejo era el reflejo en el que "La Horda" se miraba cuando necesitaba que la noche nunca se terminara; "El Hombre Tranquilo", o el enigmático muchacho que transmitía de igual manera coherencia que locura; "El Burning", el chico de patillas interminables siempre preparado para vivir mil aventuras y llevar a aquel grupo a superar sus propios límites; "El Vallekas", un joven cuya sonrisa inspiraba una nobleza curtida en las calles en las que la amistad era el valor más importante.
"El Atleta", un robusto chico de ojos azules y risa loca al que podías encontrártelo en cualquier tugurio apoyado en la barra o creando su propio universo hasta enloquecer aquel garito; "El Hombre de la Habana", un joven muchacho vestido de negro para el que la noche no tenía fin y que lo mismo podía conseguir unos apuntes que él no utilizaba, que reclutaba al resto para asaltar la barra libre más cercana; "El Estudiante", conocido como "Colmenar", el único que no solo utilizaba la biblioteca para ligar, siempre dispuesto a prestar su desinteresada ayuda al resto, y al que más tarde ese mundo real que giraba fuera de aquellos muros le birló la sonrisa pero no su eterna presencia.
Los que les vieron cuentan que bajo sus brazos llevaban carpetas que no abrían mucho, que se colaban en clases a las que no tenían que asistir para oír lo que les contaba algún iluminado que ayudara a formar su sentido crítico, y que a las que debían de ir las improvisaban en el bar entre botellines de cerveza y risas. También dicen de ellos que hacían exámenes a los que no tenían que presentarse para ayudar a otros compañeros a aprobar, y que luego firmaban con seudónimos de famosos que sacaban mejor notas que ellos mismos; o que acudían a manifestaciones en las que la policía duplicaban en número a los manifestantes.
"La Horda" y todos sus grupos solían visitar un pub situado en un pequeño pueblo cercano a aquella "Fakultad", no bebían, se emborrachaban hasta perder la noción del tiempo y cuando salían de aquella cueva el sol impactaba en sus rostros para recordarles que el mundo exterior giraba hacia el otro lado. Empalmaban noches sin dormir en las que se reunían para estudiar a la vez que bebían, hablaban y compartían la amistad mientras planeaban fines de semana eternos. Se reinventaban, no decían "no" a una última copa ni a un poco de deporte si no se sudaba mucho, aunque fuera golpeando una lata, e hicieron suyo aquel edificio en el que pasaron horas que aprovecharon como si fueran días, de igual manera que hicieron suya aquella ciudad en la que vivían y a la que despojaron sus secretos exprimiéndola al máximo en una época en la que todo valía.
Quizás nada fue real, quizás simplemente fue una visión creada por ellos mismos, es difícil creer que en una institución universitaria los despachos de los profesores fueran lugares sagrados donde se bebía whisky y se aprobaba si te lo bebías más rápido que estos o si cedías a sus chantajes sexuales; o que nombres como "Julio Iglesias" o "Manuel Campo Vidal" firmaran exámenes cuyas calificaciones aparecían en los tablones con su propia nota. Lo único cierto es que aquel grupo que se hacía llamar "La Horda" existió, y que continuaron viéndose años después mientras se enfrentaban finalmente a ese mundo adulto en el que cada uno eligió sus propias vidas, o bien fue la propia vida la que les eligió a ellos.
Pero a diferencia de aquellos que miran pero no ven, ellos aprendieron de aquellos años en los que coincidieron que la vida siempre es tan cambiante como interpretable, años que recuerdan con la nostalgia de aquella despreocupación de juventud que les hacía sentirse únicos y héroes de sus propios sueños. Por todos ellos levanto mi copa...¡Más vino por favor!!!
"Escribimos para justificar nuestra existencia y comprar un billete de lotería para la inmortalidad que, por supuesto, nunca resultará premiado" Elliott Murphy
sábado, 29 de junio de 2019
"La Horda, una de-generación pérdida"
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