
Más tarde la llevo en mis brazos mientras bajamos las escaleras, ella chapurrea palabras que no hace falta ser entendidas para ser comprendidas mientras yo repito sus gestos. Abrimos la puerta, sus pies tocan el suelo y su pequeña mano se pierde en la mía, caminamos juntos, yo sigo su paso, ahora los dos seguimos mascullando expresiones sin sentido, ella sigue repitiendo mis palabras y sus ojos siguen descubriendo ese mundo que se confunde con la visión de su propio universo imaginario.
Luego regresamos a casa, hoy vamos a jugar a un juego nuevo, cerramos los ojos e intercambiamos nuestras mentes: Ella soy yo y yo soy ella. Ahora yo coloco los cuadrados de juguete por colores mientras miro a través de la ventana intentando encontrar que el día se me descubra; me siento como una imagen que danza sutilmente por el cielo, que ha escondido prejuicios, conductas y pensamientos, que está de nuevo aprendiendo. El juego termina, ella gesticula con todos los músculos de su precioso rostro de niña, no le gusta lo que ha sentido, yo la elevo por encima de mi cabeza y reímos como si fuera la primera vez que lo hacemos juntos, luego volvemos al suelo y nos sentamos en cuclillas, ella señala una caja de cartón que se mece en una estantería, yo la alcanzo, la abrimos y descubrimos que en su interior no hay nada..., ella sonríe agradecida, y es entonces cuando me doy cuenta que por primera vez en mucho tiempo yo tampoco esperaba que hubiera algo dentro, y que aquella caja de cartón que por sí misma ilumina sus rostro infantil vive ahora también dentro de mi.
En la caja del rockero hay un todo un corazoncito de padre, je, je. En viendo a los críos nos encontramos con los niños que fuimos..
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