miércoles, 13 de enero de 2016

"Viajando en un tren de cercanías"

Dices que se te ha olvidado lo que es descansar, mirar las estrellas y dejar pasar el tiempo, apagar los ojos y relajar tu mirada bajo oscuras ideas que no signifiquen nada. Últimamente has corrido demasiado, con una gran piedra cargada sobre tus hombros, sabes que has levantado tu cabeza pero eso te ha llevado a esconder una promesa marcada bajo tus recientes arrugas. El sol se levanta más tarde que tu cuerpo, tu cama es un resorte de muelles oxidados que esconde tu última tristeza y tu espejo se ha escudado tras un muro de resacas y viejas expectativas que ahora se ven maquilladas con la caducidad del pasado.

Coges un tren de cercanías que desearías que se transformase en un tren de largo recorrido, ya no observas ningún rostro, no escuchas los sonidos desordenados de la mañana, no reconoces la simpleza de una mirada. Aceleras tu paso, recoges tu pelo con una horquilla tan oxidada como los muelles de tu cama, y pasas entre el tráfico ocultando tu bello rostro con un velo de indiferencia que se rinde ante tus pies. Ahora caminas tan despacio que sientes que estás corriendo, arrastras tu cuerpo por las mismas calles, con las mismas desilusiones, por aceras que se cortan y que siempre tienen un final: aquel edificio que dobla tu espalda y enrojece tus ojos, aquel edificio en el que pareces ser un punto perdido en un infinito.

Cae la noche cuando sales, cuando vuelves a experimentar que eres un pensamiento, te introduces de nuevo en otro tren de cercanías que sigue sin ampliar su recorrido, miras por la ventana, chocas con tu reflejo y no distingues esa persona que te mira de reojo, ya no escuchas música, no lees ningún sueño que aparezca escrito, has olvidado la inocencia para centrarte únicamente en el mundo de las verdades.

Una calle conocida, un camino ya recorrido, es demasiado tarde para recuperar el día perdido, y demasiado pronto para sentir la soledad cuando la puerta de tu casa se abre y la oscuridad se acumula como una losa que aplasta tus últimas dudas. Das al interruptor, la bombilla que cuelga del techo ilumina opacamente un cuarto anclado en el pasado, giras tu cabeza y entonces te das cuenta que eres una historia que choca con su propia sombra.

Dices que se te ha olvidado lo que es descansar, que algún día vas a tumbarte sobre una mullida hierba a las afueras de la ciudad hasta que el cielo se cierre ante tus ojos y el sol vuelva a enrojecer tu rostro. Dices que algún día cogerás un tren de largo recorrido y que correrás tanto que alejarás de ti a tu propia sombra, que algún día, algo o alguien te elevará sobre esos raíles hasta que por fin despiertes de ese mal sueño en el que se ha convertido tu vida.

No hay comentarios :

Publicar un comentario