Hay comienzos de películas que se te quedan grabados de por vida, expresiones y miradas que ya no puedes separar de las palabras; cada vez que recreo mentalmente el inicio de esta película no puedo evitar ver el rostro de Robert Redford mientras llega al valle con el objetivo de cambiar de vida y adentrarse en un mundo donde la civilización conocida y los conflictos humanos serán sustituidos por la inmensidad de la naturaleza, el silencio y la proximidad de una visión más cercana de la muerte que da mucho más valor a la vida.
Y creo que fueron las imágenes de aquellos paisajes tan salvajes y tan alejados del mundo, que parecían ser la puerta de entrada al infierno o al cielo, las que hicieron que me sintiera tan identificado con Jeremiah Johnson cuando con trece o catorce años vi por primera vez la película. Era un western como tantos otros que solía ver por televisión, pero era mucho que eso, hablaba de la supervivencia física para enfrentarnos a nuestra propia existencia, la búsqueda de la individualidad sobre lo establecido para fusionarnos con una naturaleza que nos devuelve toda su fuerza y belleza. En el fondo, todo un alegato contra el sistema, ese que actualmente globaliza una humanidad cuyo futuro se tambalea mientras siga pensando que puede hacer y deshacer su entorno sin contar que es el hábitat lo que nos mantiene vivos.
"Las Aventuras de Jeremiah Johnson" es una versión inspirada en la verdadera historia de un hombre que se convirtió en un mito porque supuestamente mató a más de 700 indios Crows, a los que luego devoraba sus hígados para enfrentar las creencias de estos con la mortalidad no solo física, sino también la de sus propias almas; de hecho existe una estatua dedicada a Jeremiah Johnson en la que figura como: "El devorador de hígados (1824-1900)". Al parecer la leyenda fue exagerada, lo que sí se sabe es que era un tipo solitario, violento y borracho que se escapó a las Montañas Rocosas en busca de su propia identidad, huyendo de lo conocido para poder vivir por sus propios medios de la caza y la venta de pieles de osos y castores, y que se casó con una mujer india con la que tuvo un hijo; más tarde ambos fueron asesinados por los Crows provocando que iniciara su particular venganza contra las tribu que los mató.
Durante este confinamiento volvieron a emitirla por televisión e inexplicablemente me vi otra vez atrapado en el sofá seducido por una historia y unas imágenes mil veces vistas. Quizás el propio aislamiento y la incertidumbre me provocaron una sensación de estar viajando hacia un mundo ya creado en el que somos conscientes lo insignificantes que podemos llegar a ser, como lo somos ahora acechados por ese virus del que prácticamente solo conocemos su nombre. Pero independientemente de esta "nueva normalidad", de confinamientos, fases, rebrotes y mascarillas, lo que siempre me atrajo de esta película es el sentimiento de libertad que me inspira la soledad ante la grandeza de aquellas montañas, el conflicto entre lo divino y lo humano, la dualidad entre la incomunicación voluntaria y la necesidad de relacionarse en una comunidad, y sobre todo, la capacidad que tiene el ser humano de enfrentarse a su propia mortalidad si se muestra agradecido día a día de formar parte de un mundo que verdaderamente es mágico.
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