sábado, 7 de mayo de 2016

"La Mujer de Rostro Afilado"


Todo sucedió durante unos pocos segundos, una explosión, un estruendo que resonó en su cabeza, poco más que unas leves llamaradas que anunciaban su llegada. De su rostro surgieron unos ojos que parecían ondas rencorosas creadas por las alargadas visiones de su anterior vida y su cuerpo apareció recubierto de ventosas que atraían toda su envidia y mezquindad. Era ella, "la mujer de rostro afilado" había regresado, con sus ropas ennegrecidas por el deslizante maquillaje que deformaba el mundo y por el que serpenteaban delirantes imágenes de toda su violencia y su amargura. Aquel día, un niño miró hacia el cielo y al verla recordó lo que su madre escribió a fuego lento sobre su lápida: "En este mundo es mejor parecer que ser".

"La mujer de rostro afilado" había habitado el mundo creyéndose ser dueña de todos los pensamientos, propietaria de todas las sonrisas, acaparadora de todas las miradas. Decían de ella que cuando era un ser terrenal la podías ver levantando el puño en una manifestación feminista pero que luego era capaz de extraviar su mirada cuando una embarazada requería su ayuda, y que incluso hubiera sido capaz de cortarse una pierna si con eso hubiera conseguido que sus enemigos se amputaran las dos.

Cuentan que nunca dejó de estudiar, seguramente porque nunca hubiera podido aprender más allá de lo que con su egoísta terrenalidad podía divisar, aquélla que creía que levantaría estatuas de su rostro inerte y que aliviaría sus mentiras y postureos hasta que éstas fueran propietarias de su muerte, ésas mismas con las que tejió un vallado de risas indefinibles hasta reducir sus pocas verdades en un pequeño universo plagado de carencias y resentimientos.

Aquel mismo día, los colores del cielo se diversificaron hasta intentar crear un enorme arcoíris que ocultara aquella oscuridad, pocos segundos después, un halo de luz iluminó una figura sentada sobre un tablero de estrías punzantes y la amargura y aquella "mujer de rostro afilado" se elevaron de nuevo hacia una fingida realidad que ya no podía sujetar aquel ser que estaba más pendiente de lo que carecía que de lo que poseía, que ya no podía sostener aquel rostro de cortantes resentimientos que empequeñecían su estómago y que terminaron convirtiéndola en una sucia y rasposa mariposa de colores horteras.

   Aquel día, aquel niño limpió aquella lápida con la firme convicción de que algo había aprendido de aquel ser viscoso que revoloteaba ahora sin dirección, y de que finalmente enseñaría a sus hijos que en este mundo siempre es mejor ser que parecer y que la sonrisa del perdedor es más real que el grito ahogado de la mezquindad.

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